Hoy en una sesión con una paciente a la que admiro muchísimo, una mujer valiente, que está saliendo de su zona de confort, reconociendo su victimismo, su drama, su parálisis desde ese lugar, y realizando acciones de valor que la sitúan en zonas nuevas, por las que todavía no había transitado y que la asombran a menudo, hemos compartido una conversación que he mantenido con muchos otros pacientes, el miedo al conflicto.
Siendo niños todos hemos vivido de uno u otro modo situaciones que nos han supuesto conflicto, temor, vergüenza, etc. La vivencia que de niños hacemos de esas situaciones nos deja a menudo en shock. El shock de esta paciente tiene mucho que ver con el miedo y la sensación con la que ella pueda conectar es: «esa energía que hay enfrente mío me va a hacer daño», en algunas ocasiones me ha dicho: «siento que cuando mi jefe se enfada me va a aplastar». Es así como nos sentimos, aunque ya seamos personas adultas, es como si de un momento a otro, de manera instantánea, pasásemos a ser niños de nuevo. Lo habitual es entrar en shock, en parálisis, eso no nos resulta nada agradable, de hecho, nos quedamos congelados, es algo así como una incapacidad para pensar con claridad, sentir con claridad, expresarnos con claridad, ni hacer nada, un bloqueo general. A consecuencia del temor que nos supone entrar en shock, intentamos a toda costa evitar cualquier conflicto en nuestra vida armonizando la energía, haciendo ver que todo está bien, que no pasa nada, cediendo, complaciendo.…
La paciente de la que os hablo, se ha dado cuenta que esta estrategia ya no le sirve en su vida, y que los conflictos se le están multiplicando. Pareciera que va recreando múltiples situaciones conflictivas con su pareja, con su jefe, con su padre, con su hermano, con sus amigas, que le dan un mensaje tipo «puedes aprender de esto?, puedes gestionarlo de otro modo?». Resulta muy curioso cuando hablamos en estos términos en terapia, y nos damos cuenta de que la vida todo el tiempo parece darnos mensajes sutiles a los que a menudo no prestamos atención, hasta que se hacen tan evidentes que entramos en colapso en forma de depresión, ataques de ansiedad, etc.
Cuando una persona ha vivido desde niño complaciendo para evitar el conflicto, por el camino se ha ido perdiendo a sí mismo, su dignidad, su firmeza, su poder, pareciera que ha perdido su capacidad de enfadarse, y he comprobado en la práctica que el pasar de un lugar de pasividad a uno de asertitividad, a menudo pasa por comportarse de manera reactiva durante un tiempo, es decir, que para comportarse de forma asertiva y poder exponerse a situaciones de conflicto sintiendo que puedes hacerlo, que te puedes enfrentar a ello y exponer tus derechos de una manera pacífica, respetando los de los demás, parece que primero tienes que enfadarte al menos durante un tiempo y comportarte de manera reactiva. Está bien, sin más, es cuestión de experimentar ambos extremos para ir balanceándonos hasta llegar a un lugar de más equilibrio.
La recuperación de la capacidad de enfadarnos, de enfrentarnos a energías que sentimos agresivas, pasa por validar nuestras sensaciones, nuestras emociones y nuestros pensamientos sin juicio, receptivos, sin presión. Al recuperar esta capacidad de enfadarnos, sanamos lugares que habían quedado congelados hace mucho tiempo. Al recuperar la capacidad de sentir, nos sentimos más vivos, recuperamos poder, firmeza y dignidad.